[…] los acontecimientos vitales son valiosos no solamente por la manera como ocurrieron
 sino por cómo cada quien los interpreta… y los cuenta; sin narración, sin plática, nada sería importante.
 En resumen, la vida, el recuerdo y la palabra se unen en la autobiografía,
que es la narración de los hechos vitales de uno mismo.
Antonio Rojas Tapia, Expresión lingüística preuniversitaria 1, p.9 

 

 

EL MURALISMO Y SU UTILIZACIÓN COMO INSTRUMENTO EDUCATIVO Y POLÍTICO

La creencia en la idea de una esencia nacional mexicana se expresó en un proyecto que dominó el siglo xix y los inicios del xx; se pensó que se había alcanzado a través del arte popular y el muralismo. Ignacio M. Altamirano planteó (s. xix) las directrices de un arte nacional, pero fue José Vasconcelos quien las concretó por medio de la educación artística: fue un intento de reconstrucción nacional —después de la Revolución Mexicana— a través de la construcción de una “identidad nacional”. Para lograrlo, se revitalizó el arte popular de raíz indígena, así como se exaltaron los elementos campesino y obrero que distinguieron a los ejércitos revolucionarios. Fue desde esta base que poco a poco se construyó la creencia de que la masa popular había heredado, sin darse en cuenta, capacidades artísticas desde la época prehispánica, solo que —se pensó— se necesitaban estimular.

El primero en oponerse a esa visión fue José Clemente Orozco: “en ninguna de mis obras serias hay un huarache ni un sombrero ancho” (Acevedo y García, 2011: 19), por lo que el también caricaturista prefirió plasmar, desde sus primeros murales, una visión crítica sobre la burguesía mexicana y la falsedad de su mundo como se aprecia en sus obras del Antiguo Colegio de San Ildefonso.

            Si “la virtud del arte consiste en ser testimonio del desastre totalitario, consecuencia última de ese sueño de una humanidad dueña de su propio destino” (Rancière, 2005: 14), Orozco es el que mejor cumple con esta premisa. En cambio, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se van a cargar más hacia la propaganda del régimen revolucionario (Rivera) o del bloque socialista (Siqueiros). De estos tres grandes del muralismo, el que mantuvo una posición política que le costó la exclusión, aunque fue el más congruente con la vanguardia, fue Orozco.

            Cuando surgió el muralismo —segunda década del xx— se había experimentado en el mundo occidental la primera gran guerra y se iba en camino de la segunda. Es el despegue del capitalismo monopolista e imperialista que provocó las dos guerras mundiales y, en ese contexto, la emergencia de expresiones artísticas, entre las que se encuentran el dadaísmo y el surrealismo, que protestaron contra esa “obsesión desmesurada” por conquistar los mercados de todo el mundo. A pesar de lo absurdo de las guerras, los modos de comportamiento burgués no fueron remplazados por el “socialismo real”. Tampoco la pandemia Covid-19, declarada en marzo de 2020, ha debilitado al capitalismo actual.

Para Ediciones Quinto Sol, el muralismo mexicano y la sensibilidad estética que despertó siguen siendo un tema apasionante para un amplio público; de ahí nuestro interés por la reflexión en torno a las dos tendencias coexistentes que mencionamos: la inclinación por un arte de vanguardia o hacer propaganda política de los regímenes hegemónicos. En varias obras de este movimiento encontramos la denuncia de las relaciones de explotación que el capitalismo produce; sin embargo, las más de las veces terminó en una mera propaganda sin lograr transformación alguna (basta con visitar el mercado de la Ciudad de México, Abelardo Rodríguez, para poner a prueba, con esa distinción, algunos de los murales que se hallan ahí).

Referencias

Acevedo, E. y García, P. (2011). Procesos de quiebre en la política visual del México posrevolucionario. En Esther Acevedo y Pilar García (Coords.). La búsqueda perpetúa: lo propio y lo universal de la cultura latinoamericana. México y la invención del arte latinoamericano, 1910-1950 (v. 5, pp. 25-96). México: Secretaría de Relaciones Exteriores.

Juanes, J. (2016). Diego Rivera. Pintor de Templos de Estado. México: Ediciones Quinto Sol.

Rancière, J. (2006). El inconsciente estético. Argentina: Del Estante Editorial.
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